NOVELA
Aura (Carlos Fuentes)
Aura es una novela fantástica
de inspiración gótica, autoría del escritor mexicano Carlos Fuentes, que fue
publicada en 1962. Es considerada una de las mejores obras del autor.
Aura es una novela breve que
cuenta la historia de Felipe Montero, un joven historiador que es contratado
por doña Consuelo, viuda del general Llorente, para que ordene y termine de
redactar las memorias de su difunto marido. La condición es que deberá vivir en
su casa, un lugar misterioso que permanece en las tinieblas para evitar el
recuerdo del general.
En esta casa, Felipe conocerá
a Aura, enigmática joven, sobrina de doña Consuelo, que se encarga de ayudar a
la anciana con las labores domésticas, y por la cual Felipe sentirá una
particular atracción. La extraña relación entre la anciana y la joven, no
obstante, lo llevará a pensar que la vieja mantiene como prisionera a la
sobrina, por lo que Felipe se sentirá en la obligación de liberarla.
Posteriormente, sin embargo, descubrirá que la dependencia de Aura de doña
Consuelo va más allá de lo imaginable.
Análisis:
La casa resulta extraña para
Felipe: está permanentemente a oscuras para no avivar el recuerdo del general
fallecido, apenas iluminada con luz de velas, y con un mobiliario y una
decoración antiguos, como si en la casa el tiempo no hubiera pasado. Este
ambiente recuerda a las novelas góticas, donde predomina la oscuridad y existe
constantemente la sensación de que la frontera entre lo real y lo fantástico
está a punto de borrarse.
Por su parte, la labor de
lectura y ordenación de los manuscritos del general, escritos en francés, llevará
a Felipe no solo a explorar los entresijos de la vida política mexicana del
siglo XIX, sino también a conocer, de primera mano, la historia de su
enamoramiento con doña Consuelo y el paulatino proceso de deterioro de la
mujer.
Doña Consuelo, incapaz de
concebir hijos para el general, en su sentimiento de culpabilidad, empieza a
experimentar con una serie de rituales mágicos que recuerdan a las prácticas de
brujería (cría conejos y gatos, sacrifica a machos cabríos, se alimenta únicamente
de vísceras, convive con ratones, etc.), lo cual contrasta con la imagen que
ofrece a Felipe: la de una anciana muy devota del catolicismo.
Pero Felipe empieza a darse
cuenta de que la forma en que se comportan doña Consuelo y Aura se escapa de lo
común. La anciana y la sobrina tienen una extraña relación en la que doña
Consuelo tiene poder para controlar lo que hace y dice Aura, sus gestos y
movimientos y Felipe se ha enamorado de
Aura, y en la idea de que la joven es una prisionera de la anciana, le propone
liberarla, pero esta se niega, y en el último de los dos encuentros amorosos
que mantienen se percata de que la vieja y la joven son la misma persona, como
si la anciana hubiera desarrollado un poder mágico para controlar a Aura con la
finalidad de poder concebir el hijo que no pudo darle al general. En ese punto,
Felipe se dará cuenta de que ha asumido también él la persona del general al
igual que Aura se ha transformado en doña Consuelo en sus tiempos de juventud.
Está narrada en segunda persona
de singular. La voz, como tal, se dirige al personaje principal, Felipe
Montero, dando la impresión de que está dirigida a él y de que lo conduce a lo
largo de la historia.
Predomina, como es propio del
género novelístico, un estilo narrativo enriquecido por pasajes descriptivos
que nos muestran no solo cómo es el ambiente dónde se suceden los
acontecimientos, sino también los personajes y sus características físicas y
espirituales.
Conclusión:
Aura es el personaje
enigmático que da título a la obra. Es la sobrina de Consuelo Llorente. Vive
con su tía para apoyarla en labores domésticas. Y por ende este libro es sin
duda de lo más peculiar con lo que me he topado en literatura dando un toque
dark-scene a la manera en como sus escenarios están descritos y un poco de
misterio a todos sus personajes. Sin duda un libro que a los
amantes del género de terror (latinoamericano) amaran.
Las intermitencias de la muerte - José Saramago
Desde el primero de enero, en
un determinado país, la muerte dejó de matar a las personas; entró en
"huelga"; como un fenómeno extraño e inhabitual "decidido
envainar la tijera" mortal. Esto generó confusión en los medios de
información, en la Iglesia Católica, en la comunidad y en el Gobierno. La Reina
Madre, gravemente enferma y a punto de morir, no falleció la noche del 31 de
diciembre, y por el contrario se recuperó. Ni los lesionados en accidentes de
tránsito ni en otras circunstancias fallecieron esa misma noche, es decir comenzando
el primero de enero.
La Iglesia se mostró
desconcertada con el Gobierno; pero éste, a través del Primer Ministro, pidió
tranquilidad hasta que se constatara y se le encontrara una explicación a tan
extraño fenómeno. El Gobierno sostenía "que no se debería excluir la
posibilidad de que se tratara de una casualidad fortuita, de una alteración
cósmica meramente accidental y sin continuidad, de una conjunción excepcional
de coincidencias intrusas en la ecuación espacio-tiempo". La tranquilidad
del Primer Ministro impacientó al cardenal, y le recordó que la muerte es
"aquello que constituye los cimientos, la viga maestra, la piedra angular,
la llave de la bóveda de nuestra santa religión. Además le reiteró que
"sin muerte no hay resurrección, y sin resurrección no hay Iglesia".
Diversas reacciones causó en
algunos sectores de la colectividad la noticia de que la muerte suspendía sus
actividades. Se suscitó un gran espíritu patriótico y todos empezaron a izar la
bandera nacional en señal de regocijo por el inusual regalo que la muerte,
generosamente le estaba haciendo. "Las banderas están ahí para celebrar el
hecho de que la muerte ha dejado de matar". Se sentía en el mejor de los
mundos posibles. A pesar de la euforia colectiva "algunas personas, pocas,
con mucho sigilo murmuraban que aquello era una exageración, un despropósito,
que más pronto que tarde no quedaría más remedio que retirar ese enredo de
banderas".
Pero como no todos estaban
contentos con la decisión de la muerte de entrar en receso, "importantes
sectores profesionales, seriamente preocupados con la situación, ya comenzaron
a transmitir la expresión de su descontento ante quien procediera". El
primero en reclamar, por evidentes razones, fue el gremio funerario. Fue así
como solicitaron al Gobierno ordenar el entierro de animales, a falta de seres
humanos, y que se les otorgaran créditos blandos para revitalizar el sector
funerario, so pena de despedir empleados.
Los hospitales, por su parte,
reclamaron al Gobierno, en este caso al Ministerio de Sanidad. "Afirmaban
que el corriente proceso rotativo de enfermos entrados, enfermos curados y
enfermos muertos había sufrido, por decirlo así, un cortocircuito o, si
queremos hablar con términos menos técnicos, un embotellamiento como el de los
coches, y cuya causa radicaba en la permanencia indefinida de un número cada
vez mayor de internados que, por la gravedad de sus enfermedades o de los
accidentes de que fueron víctimas, ya habrían pasado, en circunstancias
normales, a otra vida". El Gobierno respondió que aconsejaba y recomendada
"a las direcciones y administraciones de los hospitales que, tras un
análisis riguroso, caso por caso, del perfil clínico de los enfermos que se
encuentren en esa situación, y confirmándose la irreversibilidad de los
respectivos procesos mórbidos, sean entregados a los cuidados de las familias,
asumiendo los establecimientos de salud la responsabilidad de asegurarles a los
enfermos, sin reserva, todos los tratamientos y exámenes que sus médicos de cabecera
todavía juzguen necesarios o aconsejables". Solicitaba calma hasta que las
correspondientes investigaciones científicas explicaran el extraño fenómeno de
la muerte suspendida. Precisaba que "una nutrida comisión
interdisciplinaria, incluyendo representantes de las diversas religiones en
vigor y filósofos de las diversas escuelas en actividad, que en estos asuntos
siempre tienen una palabra que decir, está encargada de la delicada tarea de
reflexionar sobre lo que será un futuro sin muerte, al mismo tiempo que
intentará elaborar una previsión plausible de los nuevos problemas que la
sociedad tendrá que encarar, el principal de los cuales algunos han resumido en
esta cruel pregunta: ¿Qué vamos a hacer con los viejos, si ya no está ahí la
muerte para cortarles el exceso de veleidades macrobias?".
Los Hogares del Feliz Ocaso,
"esas benefactoras instituciones creadas en atención a la tranquilidad de
las familias que no tienen tiempo ni paciencia para limpiar los mocos, atender
los esfínteres fatigados y levantarse de noche para poner la bacinilla",
también reclamaron ante el Gobierno. Alguien del "Gobierno tendrá que
pensar en nuestra suerte, a nosotros, empresario, gerente y empleados de los
Hogares del Feliz Ocaso, el destino que se nos presenta es que no haya nadie
que nos recoja cuando llegue la hora en que tengamos que bajar los brazos… Lo
que queremos decir es que no habrá sitio para estos que somos en los Hogares
del Feliz Ocaso, salvo si despedimos a unos cuantos huéspedes".
Las empresas aseguradoras igualmente
se vieron afectadas. Sus clientes, ante la ausencia de la muerte, empezaron a
retirar sus pólizas y a no comprar más. "Algunos iban más lejos:
reclamaban la devolución de las cuantías ya abonadas…".
Conclusión:
Este complejo y denso relato,
aunque no es muy apasionante, tiene una enorme profundidad filosófica,
política, social y religiosa. No obstante no desarrollarse en él una idea
coherente, el autor nos introduce en un extraño y complicado laberinto
narrativo, contándonos cómo la muerte suspendió sus actividades, sus
consecuencias y su manera en que retornó a dejar de matar, sin saber por cuánto
tiempo.
Además de que la muerte es de
sexo femenino y tiene unos 36 años, se aprecia que ésta no es una muerte
universal sino sectorial y que sólo tiene poder sobre los seres humanos; así
mismo, que, como cualquier "mortal", se enamora.
En el relato, un tanto irónico
y mordaz, nos hallamos con elementos de la cotidianidad universal: corrupción y
crisis política, controversias teológicas y filosóficas, problemas sociales,
delincuencia, poder de los medios de información y afloramiento de emociones
humanas: maldad, temor, engaños, violencia, intereses, manipulación, seducción,
amor… y otras grandezas y miserias de la condición humana.
Paseo de la Reforma - Elena Poniatowska.
Ashby Egbert pertenece a la
alta burguesía mexicana, en ella ha sido formado y nunca se le ha ocurrido
preguntarse si eso es bueno o malo, hasta que un accidente en ausencia de sus
padres lo obliga a permanecer en un hospital público, donde descubre el otro
México, el de los parias, el de los obreros, y algo empieza a cambiar en su
interior.
Seguirá cumpliendo, aparentemente, las reglas de su clase, incluso se
casará adecuadamente, pero su sensibilidad ha cambiado y al penetrar en la
esfera de la literatura y la intelectualidad, conocerá una faceta más del mundo
y a Amaya Chacel, indómita e insólita, contradictoria y deslumbrante, cruel y
amorosa. Inspirada en Elena Garro, Paseo de la Reforma revela mejor que ninguna
otra obra el carácter y la verdadera personalidad de la primera mujer de
Octavio Paz al rememorar su historia romántica con el aristócrata Archibaldo
Burns, quien perdió todo por amor.
No es la primera vez que Elena Poniatowska
retrata como nadie a una mujer excepcional: la increíble historia de Amaya
Chacel se convierte en sus manos en una apasionante aventura.
Conclusión:
No es precisamente la originalidad la principal
virtud de esta obra lineal narrada en tercera persona de una manera por demás
omnisciente. Quizás los momentos más conmovedores de la obra sean aquellos en
que el personaje se deja cautivar tanto por la extraordinaria fortaleza y
personalidad de Amaya (frente al gobernador de Morelos, por ejemplo) como por
su inexplicable cobardía (ante la presencia policiaca). O bien, cuando Ashby se
da cuenta de la futilidad de su vida bajo los argumentos y peroratas de
aquélla. Fuera de estos pasajes, los diálogos, más bien simples, y la prosa
poco descriptiva de Poniatowska en cuanto a personajes y escenarios contribuyen
muy poco a que uno se emocione con su lectura.
En términos generales, el
comportamiento de Ashby Egbert no es muy creíble, en particular al final cuando
decide abandonar su vida solitaria para ir a hacer vida común con los pobres.
Parece mucho más coherente el comportamiento de Nora Escandón, la esposa, que
le pide que se vaya y la deje sola con sus hijos y su casa, pues aquél ya no
hace vida familiar con ellos. Previamente lo había "atrapado"
explotando sus mutuas inclinaciones por las letras. Nora abandona esta afición
por la literatura por una vida social muy intensa y, posteriormente, por el
cultivo de las tertulias sabatinas de su esposo, en las que se desenvolvía como
anfitriona. Al final, una vez liberada de todas estas opresiones, Ashby
incluido, es ella la que termina publicando un libro.
Definitivamente, no es ésta la
mejor obra de Elena Poniatowska. Uno espera mucho más de ella, incluso dentro
de este género que no es el que más naturalmente se le da.
Carlos Daniel Burrión Noriega - 201800103
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